Los saqueos en Córdoba nos hacen reflexionar sobre nuestra
sociedad. Hace años el estallido social se daba por la necesidad imperiosa de
dar vuelta algo, una estructura social que oprimía sólo a los pobres, luego a
la clase media pero nunca a los ricos. Los saqueos eran una punta de iceberg de
algo que se estaba gestando.
Pasaron los años y la clase media asaliarada puede mantener
su economía, gracias al empleo fortalecido desde los sectores estatales y
privados. Se alejó de la pobreza indigna, puede consumir sin necesidad del
trueque y hasta viajar al exterior y hacer compras con dólar tarjeta.
Sin embargo, llegan las fiestas y todo sube, la oferta es incesante.
Pareciera que todos podemos comprar: “la PS4 ¿por qué todavía no la venden acá?”;
“Este país se va a la mierda, ya ni viajar se puede”, se lee en las redes
sociales de la clase media.
Consumir pareciera el lema, quien puede consumir ES, puede
reclamar porque es usuario, es consumidor. Quien tenga un teléfono celular también
pudo identificarse con “la loca de Movistar” rompiendo todo en reclamo de un mejor servicio. Esa forma individual de
protesta pareciera ser la más aceptada.
Distinto es el reclamo de los pobres, de los piqueteros que
todavía se organizan reclamando por sus trabajos y/o su vida. Para ellos no hay
cámara, ni siquiera mediación de palabra, con ellos la comunicación esta acaba.
“Son violentos” repiten los cronistas de traje de los medios comerciales.
En este escenario, los nuevos saqueos en Córdoba toman otro
sentido y son leídos de manera diferente en los medios y en lagente (“gente
como uno”, la clase media va). Es por eso, que hoy podemos encontrar en las
redes sociales una vasta circulación de mensajes que van desde “qué queres, son negros?”, “roban LCDs, no comida”, hasta el pedido urgente de la gendarmería para
parar esto, que se define como “una guerra de pobres contra pobres”.
El reclamo hacía el estado pareciera obvio ¿Dónde está de la
Sota? En Panamá, de vacaciones. ¿Dónde está la policía? Reclamando un aumento
de sueldos. Como portador oficial de la palabra “pueblo” para los medios, la clase
media juega un doble papel: se queja cuando no puede consumir y se queja cuando
ese consumo lo hacen los que a fuerza de saqueos se apropian de lo que pueden
poner a la venta.
Así terminan siendo víctimas de un sistema que no garantiza
nada, sólo la posibilidad de un asenso social fruto del esfuerzo por años y
hasta vidas. A la vez que son victimarios en su discurso y en la contienda
social por más y mejores recursos que no se disputan hacía arriba, sino hacía
abajo.
En este marco social, el consumo no puede ser democratizador, es una marca
distintiva de una clase, algo que separa a unos de otros dentro de la escala
social. A la vez, el consumo es cegador: es la marca de que para cierta clase
la vida hoy está garantizada y no importa quien no pueda ser parte, para ellos
está la represión estatal y la defensa por mano propia.
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